Pasa el aire y te despeina la sien, castaña, como una pradera donde se revolcó el verano. La rosa de tu mirada es un grito amarillo. Golpea la luz contra mí, y en el cielo un arroyo cruza, errante y puro, hacia el reino de tus labios. Aleteante, tu mano es una brisa de angustia, una oración aguda. Mis pestañas son una bandada de pájaros que bajan a beber agua en las huellas de tus pasos.
Francisco Valle